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miércoles, 26 de marzo de 2014



Recuerdo el vibrar de mis parpados, y la inhalación que llenaba hasta el más imperceptible espacio de mi alma, mis manos arrugaban las sabanas. Había un tren, bastante cliché, prácticamente como para imaginarlo en tonos grises y sepia, una mesa junto a una ventana, y los movimientos de una jugada de ajedrez iban en compañía de mis pasos, las caras desconocidas me miraban tras el vidrio, eran como miles de cuadros analizando mi rostro, cada vez pasaban más rápidos, y las mujeres encargadas del carro se encontraban de brazos abiertos señalando la partida; mis pasos se transformaron en zancadas, los cuadros seguían ahí, ya casi como fantasmas, no alcanzaba ni siquiera a distinguir los rostros, me comencé a ahogar, a desesperar, ya sentía que algo se me escapaba, algo dejaba de ser parte de mi, ahí se encontraba, junto al tablero de ajedrez, observando cada movimiento de mi vida, el mismo pelo semi-ondulado, me detuve en seco, la misma tierna sonrisa, los mismos labios se iluminaron al percatarse de mi frente al cristal, sin ni siquiera dar media vuelta, su blanca mano se posaron sobre el reloj, la pulsera de plata que había descansado en ellas hace algún tiempo se encontraba aun allí, oprimió la parte superior del reloj, la partida termina aquí.
El tren partió, intente correr, de rodillas al concreto me vi en medio de la nada, viendo como se alejaba, estupefacto, jamás quise esto, jamás llegue a esperar algo como esto.
Ahí desperté, con los ojos molestos, los sueños entristecidos, y mis manos abriéndose al encontrarse las sabanas, eran solo telas, no aquellos dedos que seguiré recordando, por mala suerte para ella, este es un sueño, y soy yo

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