Recuerdo el vibrar de mis parpados, y la inhalación que
llenaba hasta el más imperceptible espacio de mi alma, mis manos arrugaban las
sabanas. Había un tren, bastante cliché, prácticamente como para imaginarlo en
tonos grises y sepia, una mesa junto a una ventana, y los movimientos de una
jugada de ajedrez iban en compañía de mis pasos, las caras desconocidas me
miraban tras el vidrio, eran como miles de cuadros analizando mi rostro, cada
vez pasaban más rápidos, y las mujeres encargadas del carro se encontraban de
brazos abiertos señalando la partida; mis pasos se transformaron en zancadas,
los cuadros seguían ahí, ya casi como fantasmas, no alcanzaba ni siquiera a
distinguir los rostros, me comencé a ahogar, a desesperar, ya sentía que algo
se me escapaba, algo dejaba de ser parte de mi, ahí se encontraba, junto al
tablero de ajedrez, observando cada movimiento de mi vida, el mismo pelo
semi-ondulado, me detuve en seco, la misma tierna sonrisa, los mismos labios se
iluminaron al percatarse de mi frente al cristal, sin ni siquiera dar media
vuelta, su blanca mano se posaron sobre el reloj, la pulsera de plata que había
descansado en ellas hace algún tiempo se encontraba aun allí, oprimió la parte
superior del reloj, la partida termina aquí.
El tren partió, intente correr, de rodillas al concreto me
vi en medio de la nada, viendo como se alejaba, estupefacto, jamás quise esto,
jamás llegue a esperar algo como esto.
Ahí desperté, con los ojos molestos, los sueños
entristecidos, y mis manos abriéndose al encontrarse las sabanas, eran solo
telas, no aquellos dedos que seguiré recordando, por mala suerte para ella,
este es un sueño, y soy yo
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